viernes, 19 de octubre de 2012


Separatividad.

Conglomerados de gente. Muchos reunidos en una misma ciudad, calle, subte, colectivos, pocos se conocen, muchos van solos, vamos y venimos; no hablamos con nuestro compañero circunstancial, no hablamos con desconocidos.

Aislados pero apretujados; cada uno en su burbuja, en su isla, inmerso en su rutina de vida mientras justamente,  la Vida transcurre, se escurre, casi insensibles.

Hay ruido, exterior e interior. Hay incomodidad por este “no ser”; por este corazón aprisionado lleno de obligaciones, con poca oportunidad para detenerse y preguntarse: ¿qué soy?; ¿dónde estoy?

Soy un ser con vida, insignificante, un punto diminuto en un planeta que denominamos Tierra; a su vez diminuto en esta galaxia, en el espacio infinito.

Transitamos la vida como dormidos, anestesiados. Hacemos lo que todos hacen, construimos nuestra rutina de vida, es necesario, como todo ser en esta sociedad, pero así nos aislamos de nuestro centro, de nuestro Ser. Ya casi ni nos sentimos, vamos como en una película diaria y, para sumar externalización, nos sumergimos en nuestros celulares, IPOD; MP3; etc. Conectados con toda red social electrónica que exista, pero aún así el sentimiento de aislamiento y separatividad sigue allí.

Queremos parar, observar, para sentir y ser conscientes de nuestra existencia;  cuando se logra te sentís como en un mundo distinto, mas amoroso, compasivo. Te das cuenta del valor de tu vida y de la ajena. No querés desperdiciar ni un minuto sintiendo miedo, ira, frustración.

¿Para qué? Si la existencia es más hermosa y se despliega con todo su esplendor y magnificencia.

No te externalices volvé a tu centro; a sentir el Amor de la Creación. No dejes llevarte por la marea de comunicación vacía, virtual. Por los contactos sin CONTACTO; por los mensajes de dolor y miedo que tiene la sociedad como mecanismos de control.

La Vida es más que eso.

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